lunes, 28 de octubre de 2013

Cuento español: El ratoncito Perez

EL RATONCITO PEREZ (Luis Coloma)
Erase una vez Pepito Pérez , que era un pequeño ratoncito de ciudad , vivía con su familia en un agujerito de
la pared de un edificio.
El agujero no era muy grande pero era muy cómodo, y allí no les faltaba la comida. Vivían junto a una
panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo lo que encontraban para comer. Un día
Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que era trepó y trepó por las
cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vió un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros..., parecía
que alguien se iba a instalar allí.
Al día siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo que le gustó muchísimo. En
el piso de arriba habían puesto una clínica dental. A partir de entonces todos los días subía a mirar todo lo
que hacía el doctor José Mª. Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña
libreta de cartón. Después practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien los dientes,
a su hermanita le curó un dolor de muelas con un poquito de medicina.
Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo famoso. Venían ratones de todas partes para que los
curara. Ratones de campo con una bolsita llena de comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón,
ratones pequeños, grandes, gordos, flacos... Todos querían que el ratoncito Pérez les arreglara la boca.
Pero entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No tenían dientes y querían
comer turrón, nueces, almendras, y todo lo que no podían comer desde que eran jóvenes. El ratoncito Pérez
pensó y pensó cómo podía ayudar a estos ratones que confiaban en él. Y, como casi siempre que tenía una
duda, subió a la clínica dental a mirar. Allí vió cómo el doctor José Mª le ponía unos dientes estupendos a un
anciano. Esos dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los dentistas. Pero esos
dientes, eran enormes y no le servían a él para nada.
Entonces, cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar la solución, apareció en la clínica un niño con su mamá.
El niño quería que el doctor le quitara un diente de leche para que le saliera rápido el diente fuerte y grande.
El doctor se lo quitó y se lo dió de recuerdo. El ratoncito Pérez encontró la solución: "Iré a la casa de ese
niño y le compraré el diente", pensó. Lo siguió por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la casa, se encontró
con un enorme gato y no pudo entrar. El ratoncito Pérez se esperó a que todos se durmieran y entonces
entró a la habitación del niño. El niño se había dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo
de su almohada. Al pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el diente, pero al fin lo encontró y le
dejó al niño un bonito regalo.
A la mañana siguiente el niño vió el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a todos sus amigos del colegio.
Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus dientes de leche debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez
los recoge y les deja a cambio un bonito regalo.

Cuento/Moraleja español: ¿Quién le pone el cascabel al gato?

¿QUIÉN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?
(Lope de Vega)
Habitaban unos ratoncitos en la cocina de una casa cuya dueña tenía un hermoso gato, tan buen cazador, que siempre estaba al acecho. Los pobres ratones no podían asomarse por sus agujeros, ni siquiera de noche. No pudiendo vivir de ese modo por más tiempo, se reunieron un día con el fin de encontrar un medio para salir de tan espantosa situación.
- Atemos un cascabel al cuello del gato – dijo un joven ratoncito -, y por su tintineo sabremos siempre el
lugar donde se halla.
Tan ingeniosa proposición hizo revolcarse de gusto a todos los ratones, pero un ratón viejo dijo con malicia:
- Muy bien, pero ¿quién de ustedes le pone el cascabel al gato?
Nadie contestó.
Es más fácil decir las cosas que hacerlas

Cuento español: El gallo Kiriko

EL GALLO KIRIKO (Antonio González Almodóvar)
Había una vez un gallo presumido y mentiroso que se llamaba Gallo Quirico. Un día recibió una invitación de
boda, pues, al domingo siguiente se casaba el Tío Perico.
Gallo Quirico se puso muy contento y, así que llegó el día señalado, se levantó muy temprano, se arregló y se
puso su mejor traje de plumas doradas y de colores y se encaminó hacia la boda.
Pero, cuando iba por el camino, se encontró en un charquito a nuestro amigo Gusanito y, al ver al Gallo
Quirico le preguntó:
— ¿Adónde vas, Gallo Quirico, con ese traje de plumas tan rico?
— Voy a la boda de Tío Perico.
— ¡Llévame contigo, Gallo Quirico!
— ¡Ah, pues mira, aprovecho que aún no he desayunado hoy!
Y de un gran picotazo se tragó al pobre Gusanito y, claro, se manchó de barro el pico.
Siguió nuestro gallo camino adelante presumiendo de lo guapo y apuesto que iba y, en esto, se
encontró con Mama Oveja, que le dijo:
— ¿Adónde vas, Gallo Quirico, con ese traje de plumas tan rico y todo de barro manchado tu pico?
¡Ja, ja, ja!
— ¡Por favor, Mama Oveja, límpiame el pico, que voy a la boda de Tío Perico!
— Está bien, Gallo Quirico, pero antes dime: ¿dónde está Gusanito?
— ¿Qué se yo, qué sé yo? ¡Que lo busque el que sea más listo!
Y dijo entonces Mama Oveja:
— ¡Gusano, Gusanito, dónde estás que hoy no te he visto!
— ¡Aquí estoy, en la tripa de Gallo Quirico, que me lleva a la boda de Tío Perico!
— ¿Has visto, has visto, mal bicho Quirico? ¿Por qué me has mentido? ¡Toma, toma, límpiate el pico!
— ¡Co, co, co, co! —se quejó Gallo Quirico. Y se alejó dolorido por los palos que le dio Mama Oveja.
Pero pronto lo olvidó y Gallo Quirico seguía presumiendo camino de la boda de Tío Perico. De pronto, se
encontró a Mama Fuego que le dijo:
— ¡Buenos días, Gallo Quirico! ¿adónde vas con ese traje de plumas tan rico y todo de barro
manchado tu pico?
— ¡Aquí estoy, en la tripa de Gallo Quirico, que me lleva a la boda de Tío Perico!
— Voy a la boda de Tío Perico, pero, ¡por favor, Mama Fuego, límpiame el pico!
— Conforme, Gallo Quirico, pero antes dime: ¿dónde está Gusanito?
— ¿Qué se yo, qué sé yo? ¡Que lo busque el que sea más listo!
Y dijo Mama Fuego:
— ¡Gusano, Gusanito, dónde estás que hoy no te he visto!
— ¡Aquí estoy, en la tripa de Gallo Quirico, que me lleva a la boda de Tío Perico!
— ¿Has visto, has visto, mal bicho Quirico? ¿Por qué me has mentido? ¡Toma, toma, límpiate el pico!
— ¡Co, co, co, co! —se quejó Gallo Quirico, dolorido por las llamas y con las plumas quemadas; horrible
se quedó el mentiroso gallo.
Siguió camino adelante y se encontró a Mama Nube que con mucha ironía le preguntó:
— ¿Adónde vas, Gallo Quirico, con el traje quemado y el pico tan sucio de barro?
— Voy a la boda de Tío Perico, pero, ¡por favor, Mama Nube, límpiame el traje y el pico!
— Muy bien, Gallo Quirico, pero dime: ¿dónde está nuestro amigo Gusanito?
— ¿Qué se yo, qué sé yo? ¡Que lo busque el que sea más listo!
Y dijo Mama Nube:
— ¡Gusano, Gusanito, dónde estás que hoy no te he visto!
— ¡Aquí estoy, en la tripa de Gallo Quirico, que me lleva a la boda de Tío Perico!
— ¿Has visto, mentiroso Gallo Quirico? ¿Por qué me has mentido? ¡Límpiate tú las plumas y el pico!
Y Mama Nube descargó todo el agua que llevaba encima de Gallo Quirico, que quedó horrible, con las plumas
quemadas, lleno de agua y de barro.
Por fin llegó a la boda y un cocinero que lo vio se dijo: "¡Mira por dónde aquí viene el pollo que me faltaba
para el guiso!". En un tris lo cogió y lo guisó y, cuando se lo estaban comiendo, dijo uno de los invitados:
— ¡Mirad en mi plato quién hay!
Era Gusanito que estaba vivo y, al saberlo, todos se pusieron muy contentos y celebraron la boda cantando y
bailando.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.

Cuento español: El hombre del saco


EL HOMBRE DEL SACO (Anónimo español)

Había un matrimonio que tenía tres hijas y como las tres eran buenas y trabajadoras les regalaron un anillo
de oro a cada una para que lo lucieran como una prenda. Y un buen día, las tres hermanas se reunieron con
sus amigas y, pensando qué hacer, se dijeron unas a otras:
-Pues hoy vamos a ir a la fuente.
Era una fuente que quedaba a las afueras del pueblo.
Entonces la más pequeña de las hermanas, que era cojita, le preguntó a su madre si podía ir a la fuente con
las demás; y le dijo la madre:
-No hija mía, no vaya a ser que venga el hombre del saco y, como eres cojita, te alcance y te agarre.
Pero la niña insistió tanto que al fin su madre le dijo:
-Bueno, pues anda, vete con ellas.
Y allá se fueron todas. La cojita llevó además un cesto de ropa para lavar y al ponerse a lavar se quitó el
anillo y lo dejó en una piedra. En esto, que estaban alegremente jugando en torno a la fuente cuando, de
pronto, vieron venir al hombre del saco y se dijeron unas a otras:
-Corramos, por Dios, que ahí viene el hombre del saco para llevarnos a todas -y salieron corriendo a todo
correr.
La cojita también corría con ellas, pero como era cojita se fue retrasando; y todavía corría para alcanzarlas
cuando se acordó de que se había dejado su anillo en la fuente. Entonces miró para atrás y, como no veía al
hombre del saco, volvió a recuperar su anillo; buscó la piedra, pero el anillo ya no estaba en ella y empezó a
mirar por aquí y por allá por ver si había caído en alguna parte.
Entonces apareció junto a la fuente un viejo que no había visto nunca antes y le dijo la cojita:
-¿Ha visto usted por aquí un anillo de oro?
Y el viejo le contestó:
-Sí, en el fondo de este costal está y ahí lo has de encontrar.
Conque la cojita se metió en el costal a buscarlo sin sospechar nada y el viejo, que era el hombre del saco, en
cuanto ella se metió dentro cerró el costal, se lo echó a las espaldas con la niña guardada y se marchó camino
adelante, pero en vez de ir hacia el pueblo de la niña, tomó otro camino y se marchó a un pueblo distinto. E
iba el viejo de lugar en lugar buscándose la vida, así que por el camino le dijo a la niña:

-Cuando yo te diga: «Canta, saquito,canta que si no te doy con la palanca», tienes que cantar dentro del saco.
Y ella contestó que bueno, que lo haría así.
Y fueron de pueblo en pueblo y allí donde iban el viejo reunía a los vecinos y decía:
-Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca.
Y la niña cantaba desde el saco:
“Por un anillo de oro que en la fuente me dejé estoy metida en el saco y en el saco moriré”.
Y el saco que cantaba era la admiración de la gente y le echaban monedas o le daban comida.
En esto que el viejo llegó con su carga a una casa donde era conocida la niña y él no lo sabía; y, como de
costumbre, puso el saco en el suelo delante de la concurrencia y dijo:
-Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca.
Y la niña cantó:
“Por un anillo de oro que en la fuente me dejé estoy metida en el saco y en el saco moriré”.
Así que oyeron en la casa la voz de la niña, corrieron a llamar a sus hermanas y éstas vinieron y reconocieron
la voz y entonces le dijeron al viejo que ellas le daban posada aquella noche en la casa de sus padres; y el
viejo, pensando en cenar de balde y dormir en cama, se fue con ellas.
Conque llegó el viejo a la casa y le pusieron la cena, pero no había vino en la casa y le dijeron al viejo:
-Ahí al lado hay una taberna donde venden buen vino; si usted nos hace el favor, vaya a comprar el vino con
este dinero que le damos mientras terminamos de preparar la cena.
Y el viejo, que vio las monedas, se apresuró a ir por el vino pensando en la buena limosna que recibiría.
Cuando el viejo se fue, los padres sacaron a la niña del saco, que les contó todo lo que le había sucedido, y
luego la guardaron en la habitación de las hermanas para que el viejo no la viera. Y, después, cogieron un
perro y un gato y los metieron en el saco en lugar de la niña.
Al poco rato volvió el viejo, que comió y bebió y después se acostó. Al día siguiente el viejo se levantó, tomó
su limosna y salió camino de otro pueblo.
Cuando llegó al otro pueblo, reunió a la gente y anunció como de costumbre que llevaba consigo un saco que
cantaba y, lo mismo que otras veces, se formó un corro de gente y recogió unas monedas, y luego dijo:
-Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca.
Mas hete aquí que el saco no cantaba y el viejo insistió:
-Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca.
Y el saco seguía sin cantar y ya la gente empezaba a reírse de él y también a amenazarle.
Por tercera vez insistió el viejo, que ya estaba más que escamado y pensando hacer un buen escarmiento con
la cojita si ésta no abría la boca:

-¡Canta, saquito, canta que si no te doy con la palanca!
Y el saco no cantó.
Así que el viejo, furioso, la emprendió a golpes y patadas con el saco para que cantase, pero sucedió que, al
sentir los golpes, el gato y el perro se enfurecieron, maullando y ladrando, y el viejo abrió el saco para ver
qué era lo que pasaba y entonces el perro y el gato saltaron fuera del saco. Y el perro le dio un mordisco en
las narices que se las arrancó y el gato le llenó la cara de arañazos y la gente del pueblo, pensando que se
había querido burlar de ellos, le midieron las costillas con palos y varas y salió tan magullado que todavía hoy
le andan curando.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.